La tumba vacía que lo cambia todo

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La tumba vacía que lo cambia todo

2025-04-19 Sin categoría 0

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,1-9):

EL primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor.

Un amanecer diferente:

Era muy temprano cuando María Magdalena fue al sepulcro. El texto no nos dice si había dormido, si había comido, si podía pensar con claridad. Solo sabemos que fue. El dolor no la detuvo. En esa imagen, que parece casi de una película en cámara lenta, hay algo profundo: la fidelidad que no necesita certezas, solo amor. A veces, así se vive la fe en medio del servicio comunitario: uno va, aunque no todo esté claro.

La piedra corrida:

María ve que la piedra fue quitada. No entra. Corre. Busca a otros. Cuántas veces también nosotros encontramos señales, pero no entendemos del todo y preferimos compartir la confusión. Pedro y el discípulo amado llegan también. Uno corre más que el otro. Y uno se atreve a entrar primero. Cada uno tiene su ritmo. En la parroquia, en el apostolado, entre quienes caminan a nuestro lado, no todos avanzan igual. Lo importante es no detenerse.

Mirar con ojos nuevos:

Ambos discípulos ven los lienzos y el sudario. Lo que era señal de muerte ahora está cuidadosamente puesto a un lado. Ese detalle, aparentemente simple, habla de una presencia que no fue interrumpida, sino transformada. Jesús no fue robado, no huyó… Él venció la muerte de una manera serena, sin espectáculo, con la calma de quien sabe que todo está en su sitio. ¿Cuántas veces, en nuestra vida comunitaria, lo grande se revela en lo discreto?

Ver y creer:

El discípulo amado ve… y cree. No hay ángeles, ni trompetas, ni una voz del cielo. Solo una tumba vacía y unos lienzos. Esa fe silenciosa es un tesoro. Es lo que sostiene al catequista cuando nadie llega a la reunión, al coordinador de un grupo que persevera aunque no vea frutos, al que sirve en silencio en la sacristía o al que escucha en un banco de la iglesia. Creer sin ver a veces es ver más.

El anuncio empieza en lo cotidiano:

Este texto no termina con una gran proclamación. Termina en suspenso. Como la vida. Como muchas de nuestras jornadas en la parroquia o en nuestras casas. El Evangelio no se impone, se propone. Empieza cuando alguien como María, confundida, sigue buscando. Continúa cuando otros se dejan tocar por lo que no entienden del todo. Así, poco a poco, la noticia de que Jesús está vivo se hace carne entre nosotros.

Meditación Diaria: Hoy el Evangelio nos regala una escena aparentemente sencilla, pero llena de profundidad. María va de madrugada al sepulcro, impulsada por el amor. No encuentra lo que esperaba, pero no se detiene. Pedro y el discípulo amado se suman a la búsqueda. En medio de lienzos y silencios, uno de ellos cree. Así también es nuestro camino: lleno de preguntas, pasos a distintas velocidades y señales que se descubren mejor cuando se comparten. En nuestras parroquias, comunidades y hogares, también se corre, también se espera y se cree. A veces, la esperanza nace al amanecer, no porque se ve todo claro, sino porque el corazón decide seguir caminando. Que este día nos encuentre con los ojos abiertos, dispuestos a entrar en el misterio con humildad, sabiendo que Jesús está vivo y que su presencia transforma incluso lo que parecía definitivo. La tumba vacía no es el final, sino el inicio.