Cuando Jesús te llama por tu nombre

Ayudemos a Manuel Mano Galarza

Cuando Jesús te llama por tu nombre

2025-04-22 Pascua 0

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,11-18):

En aquel tiempo, estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntan:
«Mujer, ¿por qué lloras?».
Ella contesta:
«Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».
Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Jesús le dice:
«Mujer, ¿por qué lloras?».
Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta:
«Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré».
Jesús le dice:
«¡María!».
Ella se vuelve y le dice.
«¡Rabbuní!», que significa: «¡Maestro!».
Jesús le dice:
«No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, ande, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”».
María la Magdalena fue y anunció a los discípulos:
«He visto al Señor y ha dicho esto».
Palabra del Señor.

Cuando el corazón llora frente al sepulcro:

María Magdalena, sola, en silencio y con lágrimas en los ojos. Esa escena frente al sepulcro nos resulta profundamente humana. Es fácil entender ese dolor: cuando sentimos que todo se ha perdido, que lo amado ya no está, que el camino parece interrumpido por una gran piedra. Nos pasa a muchos. En la vida comunitaria, en la parroquia, incluso en nuestros propios hogares, experimentamos momentos en que nos sentimos como María: vacíos, sin respuestas, preguntándonos dónde está Jesús.

Preguntar, aunque la voz tiemble:

“¿Dónde lo han puesto?”, repite María. A veces también nosotros repetimos preguntas sin encontrar eco. En las reuniones pastorales, en los grupos de apostolado, cuando la comunidad no responde como esperamos, cuando las decisiones nos duelen o las ausencias pesan, también nos convertimos en buscadores. Y Jesús, como siempre, responde. No con explicaciones largas, sino con la dulzura de quien conoce nuestro nombre. «¡María!» dice. Y ella lo reconoce. Quizás esa sea la clave: detenernos lo suficiente para dejar que Él nos llame por nuestro nombre.

No te aferres… suéltame:

El momento en que Jesús dice “No me retengas” puede parecer duro. Pero en realidad es profundamente liberador. No se trata de alejarse por desinterés, sino de invitar a María —y a nosotros— a una fe que no se quede en lo visible, en lo táctil, en lo que se puede controlar. Jesús invita a confiar sin aferrarse, a amar sin poseer. En la vida de comunidad, esto es esencial. Muchas veces queremos que las cosas se mantengan igual, que los métodos no cambien, que las personas queridas no se vayan. Pero la Pascua es movimiento, es apertura, es misión.

El anuncio comienza con lágrimas que se transforman:

Jesús no elige a los poderosos ni a los doctos para anunciar su resurrección. Elige a una mujer que había llorado, que había buscado con sinceridad, que se había dejado transformar. En nuestras parroquias y movimientos, tantas veces las personas que más han sufrido son las que mejor saben anunciar la alegría verdadera. No se necesita perfección, sino sinceridad. María Magdalena pasa del llanto al anuncio, del sepulcro a la comunidad. No hay milagro más grande.

Reconocerlo es volver a empezar:

Al escuchar nuestro nombre, todo cambia. Ese llamado íntimo nos devuelve la esperanza. En nuestras jornadas misioneras, en los momentos de adoración, en las visitas a los enfermos, descubrimos que Jesús no está ausente: está vivo, y nos llama con la misma ternura con la que llamó a María. Desde ahí, todo toma un nuevo sentido. El trabajo parroquial no es rutina, el apostolado no es obligación. Es respuesta al Amor que nos ha encontrado.

Meditación Diaria: El Evangelio de hoy nos lleva al corazón de la Pascua: la experiencia íntima de encontrarnos con Jesús vivo. María Magdalena, símbolo de búsqueda sincera, nos enseña que no hace falta entender todo para encontrarlo. Basta con amar, con buscarlo incluso entre lágrimas. Jesús nos llama por nuestro nombre y nos invita a no quedarnos anclados al pasado, sino a caminar hacia la misión. Así como a María, Él nos transforma y nos envía. Este día es oportunidad para recordar que en cada rincón de nuestra vida, incluso en los más dolorosos, el Resucitado nos espera. Dejemos que nos hable al corazón y salgamos, como ella, a anunciar que la vida ha vencido a la muerte.