Amor a Dios y al Prójimo: Un Mandato para la Vida Diaria

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Amor a Dios y al Prójimo: Un Mandato para la Vida Diaria

2024-11-03 Mandamiento de amor 0

Lectura del santo evangelio según san Marcos (12,28b-34):

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?»
Respondió Jesús: «El primero es: «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.» El segundo es éste: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» No hay mandamiento mayor que éstos.»
El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.»
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios.» Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Palabra del Señor.

Introducción: El Mandamiento Más Grande

En el Evangelio según san Marcos, un escriba se acerca a Jesús para preguntarle sobre el mandamiento más importante. Jesús responde con claridad, destacando el amor a Dios y al prójimo como las bases fundamentales de nuestra fe y vida. En nuestra vida cotidiana, este mensaje de amor es esencial para vivir plenamente, cultivar relaciones auténticas y llevar una vida de servicio comprometido.

Amar a Dios con Todo el Corazón:

Jesús nos llama a amar a Dios con todo nuestro ser: mente, corazón, alma y fuerzas. Este mandamiento nos invita a dedicarle lo mejor de nosotros cada día. En la práctica, implica reservar momentos de oración, reflexión y gratitud en nuestras rutinas, ya sea en el trabajo, en la parroquia o en la comunidad. Amar a Dios también significa reconocer Su presencia en las decisiones que tomamos y en cada acción, recordando que este amor es la base de toda nuestra vida espiritual.

Amar al Prójimo como a Uno Mismo:

Jesús nos enseña que el amor al prójimo es inseparable del amor a Dios. Este mandamiento requiere ver en el otro una extensión de nosotros mismos, con sus necesidades y alegrías. En el entorno parroquial, el amor al prójimo nos lleva a acompañar a los hermanos en sus momentos difíciles y a celebrar con ellos en los momentos de gozo. La empatía, la compasión y el respeto hacia los demás son aspectos de este mandamiento que enriquecen no solo nuestra vida, sino la vida de toda la comunidad.

El Amor como Acto de Servicio:

Amar significa servir. En nuestra vocación como miembros activos de la iglesia, tenemos la oportunidad de traducir nuestro amor en acciones concretas. En los movimientos apostólicos, el servicio se convierte en un camino de evangelización y testimonio de fe. Servir a otros con humildad y sin esperar reconocimiento personal es una forma de amor auténtico que transforma tanto al que da como al que recibe, creando una comunidad más unida y fortalecida en el amor de Cristo.

El Amor y la Unidad de la Comunidad:

El mandamiento de Jesús también es un llamado a construir una comunidad de amor y unidad. En nuestras comunidades, el amor verdadero se manifiesta en la capacidad de aceptar y valorar a cada persona como hijo de Dios. Esto requiere paciencia y tolerancia, especialmente cuando enfrentamos diferencias o conflictos. Construir una comunidad de amor significa trabajar juntos para resolver diferencias y crear un ambiente de respeto mutuo que permite el crecimiento espiritual de todos.

La Fe en Acción:

El amor a Dios y al prójimo no es solo un sentimiento, sino una fe en acción. Cada acto de amabilidad, cada palabra de aliento, y cada gesto de comprensión son formas de vivir este mandamiento en el día a día. En el trabajo, en la familia y en la comunidad, somos llamados a ser testigos de un amor que no discrimina ni excluye. Este amor activo se convierte en una luz para quienes nos rodean y un reflejo de la presencia de Dios en el mundo.

El Amor y la Humildad en el Servicio:

Amar y servir a los demás exige una disposición de humildad, entendiendo que todo lo que hacemos es en nombre de Dios. Al trabajar en la comunidad o en la parroquia, recordar esta humildad nos ayuda a evitar el orgullo y a reconocer que el verdadero protagonismo siempre debe pertenecer a Dios. Esta actitud humilde permite que nuestro servicio sea una verdadera ofrenda de amor.

Amar a los Enemigos y el Perdón:

Finalmente, Jesús nos invita a amar incluso a quienes consideramos “enemigos”. Este tipo de amor va más allá de los límites humanos y exige una apertura espiritual que solo el Espíritu Santo puede otorgar. Amar a los enemigos significa perdonar de corazón y buscar la reconciliación. En el trabajo parroquial, este llamado se traduce en el esfuerzo por ser puentes de paz, acercándonos a quienes puedan habernos ofendido y sembrando semillas de reconciliación.

Conclusión: Un Camino de Amor Permanente

La enseñanza de Jesús en este pasaje del Evangelio es una invitación a un camino de amor constante. Amar a Dios y al prójimo no es algo que se logra en un solo momento, sino un compromiso diario de crecimiento y transformación. Al vivir este amor en la comunidad, en el trabajo, y en cada interacción cotidiana, estamos construyendo el Reino de Dios aquí en la tierra y transformando nuestro entorno en un reflejo de Su amor.

Meditación Diaria:

Hoy el Evangelio nos recuerda la grandeza de vivir en el amor. Jesús nos muestra que amar a Dios y al prójimo no es solo un mandato, sino una invitación a una vida plena y significativa. Reflexionemos sobre nuestras actitudes y relaciones, y pidamos a Dios que nos enseñe a amar con sinceridad, sin esperar nada a cambio. Que podamos ver a Dios en el rostro de cada persona y reconocer que, al amar, estamos cumpliendo Su voluntad. En esta jornada, llevemos a cabo un acto de amor concreto, ya sea en el trabajo, en la familia o en la comunidad, como testimonio de nuestra fe. Que el amor de Dios nos inspire a ser mejores y a construir juntos un mundo más justo y fraterno. Amén