La Alegría de Servir: Reflejar el Amor de Cristo en la Comunidad

Ayudemos a Manuel Mano Galarza

La Alegría de Servir: Reflejar el Amor de Cristo en la Comunidad

2024-10-18 Fe en Acción 0

Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,1-9):

En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él.
Y les decía: «La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: «Paz a esta casa.» Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: «Está cerca de vosotros el reino de Dios.»»

Palabra del Señor.

El envío de los setenta y dos discípulos:

El pasaje del Evangelio según San Lucas (10,1-9) nos presenta el envío de setenta y dos discípulos por parte de Jesús, un número simbólico que representa la universalidad de su misión. Estos discípulos no eran figuras destacadas, eran personas comunes que respondieron al llamado de Jesús para llevar un mensaje de paz y esperanza. En nuestro día a día, también somos llamados a ser mensajeros de paz en nuestras familias, trabajos, comunidades y apostolados. No se trata de llevar grandes discursos, sino de estar presentes con amor y compasión, creando un ambiente donde otros puedan sentir la paz de Cristo.

Ser mensajeros de paz:

Cuando Jesús envía a sus discípulos, les dice que deseen paz a cada hogar que visiten. Este mensaje es particularmente relevante para nuestros tiempos, donde la paz parece escasa en medio de tantas distracciones y preocupaciones. En el trabajo parroquial, en la comunidad y en los movimientos apostólicos, ser mensajeros de paz significa actuar con paciencia, humildad y comprensión, incluso en situaciones difíciles. Ofrecer palabras de aliento en lugar de críticas, ser puentes de reconciliación entre las personas y fomentar un ambiente donde prevalezca la armonía es un reflejo de nuestra fe en acción.

La misión no es fácil, pero no estamos solos:

Jesús advierte que sus discípulos son enviados como «corderos en medio de lobos», lo cual nos recuerda que seguir su camino no siempre es fácil. Enfrentaremos dificultades, incomprensiones e incluso rechazos. Sin embargo, el evangelio nos enseña que no estamos solos en esta misión. Así como Jesús acompañó a sus discípulos, también está con nosotros hoy en nuestras responsabilidades diarias, ya sea en la parroquia, en el trabajo o en nuestras familias. Si ponemos nuestra confianza en Él, descubriremos que las dificultades se transforman en oportunidades para crecer en la fe y el amor.

El desapego material como signo de confianza:

Uno de los aspectos más interesantes del envío de los discípulos es que Jesús les pide que no lleven ni bolsa, ni alforja, ni sandalias. Este gesto simboliza el desapego de las cosas materiales y la confianza plena en la providencia divina. En nuestra vida cotidiana, a menudo estamos preocupados por la seguridad material y los bienes, pero el evangelio nos invita a confiar en que Dios proveerá lo necesario. No significa que debamos ser irresponsables, sino que no permitamos que las preocupaciones por lo material nos distraigan de nuestra misión principal: llevar el mensaje de Cristo a los demás.

La alegría de la misión:

Al final de su misión, los discípulos regresaron llenos de alegría porque vieron los frutos de su trabajo. Este es un recordatorio de que, aunque la misión puede parecer difícil, siempre trae consigo una profunda alegría espiritual. Ver a otros recibir el mensaje de paz, reconciliación y esperanza, y observar cómo el amor de Dios transforma corazones es una recompensa invaluable. En nuestras tareas diarias en la parroquia, la comunidad y los movimientos apostólicos, esa misma alegría nos sostiene y nos motiva a seguir adelante, confiando en que nuestra labor, por pequeña que sea, tiene un impacto en la construcción del Reino de Dios.